Vislumbro alrededor los celos de las pálidas personas que nos miran al pasar, el contento suicida de la niebla que se ve penetrada por nuestro calor, como una vida tan hermosa puede excitarse en mi mirada, con mi voz. Tras la puerta su incesante coqueteo provocaba mi pasión, no me hubiera importado arrebatarle su osadía en ese preciso instante, calmar mis ímpetus y sus ansias, pero la puerta del ascensor nos sorprendió a los dos. Pero no del todo, ella tira de mi camisa y me lanza a un lado; yo hechizado, la tomo por la espalda y la presiono contra el elevador, respiro en sus cabellos, le quito mi abrigo y le beso el cuello con frenética codicia; ella no quiere perder y en seguida se voltea y cuela sus manos dentro de mi ropa aprisionando nuestros cuerpos que batallan más rápido de lo que la mente puede proponer. El ambiente se acalora, ese pequeño cuarto no es suficiente para los dos, pero llegar más allá de este es demasiado ilusorio, sin embargo todos sabemos lo inoportuno que puede ser la suerte en momentos como este. La puerta del ascensor nos sorprende otra vez, en menos de un segundo tratamos de cubrir todo lo que normalmente no se ve y un pasajero más sube al elevador, algo desconcertado se coloca delante nuestro sin decir palabra; ella totalmente en celo maldice su existencia un par de veces mientras en represalia a mi sonrisa comienza a recorrerme la pierna con sus manos sin importar si este sujeto voltea o no; yo, excitado, la cojo de la cintura y le muerdo el hombro entre besos.
Fuera ya del ascensor abrimos a duras penas la puerta de la habitación, las manos ya no responden, con los músculos del cuerpo tensados ella desbarata mi cabello, sofoca mi boca con sus besos, despoja mi cuerpo de sus ropas, acaricia mi pecho, mis brazos, deleita mi cuello con su lengua. Yo cierro la puerta tras de mi, recibo su goce encantado, la desnudo, alzo su cuerpo sobre el suelo y la llevo a la cama, cubro sus deseos con mis ganas, la beso en el cuello, en los hombros, en los senos, bosquejo la delicia de su cuerpo con mis manos, con mi aliento. En el vaivén de los momentos su atracción fue mía, su cintura ardía, sus fronteras quemaban, ella arañaba y enterraba sus uñas en mi espalda, yo bebía y mordía el elixir de su vida por todo su cuerpo, ella anhelaba aspirar las bocanadas de aire a vapor que llenaban el cuarto, yo solo anhelaba que su cuerpo humedecido impregnara de su aroma el mío cuando un orgásmico temblor sacudió nuestras ambiciones y nos dejo frente a frente en un idílico respiro. Lo cautivante del encierro y del momento es que ella aún quemaba.
Tiempo después, en efecto, comenzó a llover; el chispeante patinar que los carros por la acera enmudecía tras el empañado cristal de la ventana, con los dedos trate de dibujar lo incitante de su cuerpo desnudo en la cama pero sentí que mi mera aproximación sería solo un insulto así que me plací con solo con mirarla (No me gusta fumar, pero reconozco lo romántico y agradable que sería tener uno ahora). Refresco mi memoria con una ducha pero aún no recuerdo muy bien quien soy yo ni quien es ella, ni si somos amigos, amantes o dos simples extraños con frió es este cuarto pero no pretendemos averiguarlo. Al salir del baño, ella guarda sus cosas en su cartera y yo me visto la camisa de botones rotos con algo de orgullo, al terminar me acerco a ella, le tomo del rostro y le doy un tierno beso en la boca, ella además me da uno en la mejilla.
Al bajar y salir del hotel cada quien suelta una excusa por educación de porque no nos vamos juntos, aún llueve, así que yo le ofrezco mi abrigo para que se lo lleve pero ella se rehúsa diciendo que así estará bien, no replico, quedamos por cortesía en vernos pronto y nos despedimos con un último beso. Al escuchar mis propios pasos en la empapada vereda el frío regresa a mi, coloco las manos en mi abrigo y me percato de algo que no estaba allí. Una pequeña hoja de papel se queda entre mis dedos, es una de aquellas hojas perfumadas que trato de abrir delicadamente y que llevaba este mensaje para mi en letra color carmín “Para que no me olvides…”. Luego de guardar nuevamente aquella nota me fui doblando la acera intrigado, pensando en como hay cosas imposibles de hacer aunque uno quiera y como hay peticionas más fáciles de cumplir que otras.