“Hay algo que nunca debes hacer, después de eso todo puede
estar permitido”. Es una regla muy sencilla para mí. Mi padre solía decirla
todo el tiempo. “Debes tener cuidado, si no vives tu vida adecuadamente
terminarás siendo la vaga inspiración para algún tonto escritor de mediano
calibre como yo y créeme hijo que no hay nada más jodido en este mundo que ser
la gran historia de una persona que nunca llegó a serlo.” No podría asegurar
que ahora a mis 23 años entienda por completo el significado de esas palabras
así como tampoco entendí la necesidad de decírmelas desde los 10. Supongo que
mi padre siempre fue una de esas personas a las que les gusta hablar a media espuela dejando lo más importante de la vida en el
tintero para ver si alguien se anima a preguntar o a descubrirlo.
Desafortunadamente para mi gracias a eso sé que me he vuelto una persona muy (demasiado)
curiosa.
Ahora bien ¿Qué significaba lo adecuado para él, que lo es
todo? Estamos hablando de una persona que no me regañaba cuando llegaba a las 3
de la madrugada a la casa pero que podía castigarme una semana entera cuando no
ayudaba a mi hermana con la tarea. “No me importa que quieras destruirte a ti
mismo privándote del sueño o tomando demás – decía - después de todo es parte de tu adolescencia.
Pero ayudar a la familia o a los demás en problemas es parte de ser hombre y
esas faltas si no te las voy a pasar…” – Bah, menudo tío el que había resultado
ser mi viejo. Bastante difícil de entender. Tal vez por eso soy muy tolerante con las personas.
En la cabecera de su cama el respaldar era como una pequeña
estantería ahí había una hilera de libros que siempre tuve curiosidad de leer, mi
padre nunca pareció una persona que
tuviera tal hábito y en sus conversaciones nunca le escuchaba decir “Según… o,
como dijo…”. Una noche cuando tenía 9 y él no estaba cerré la puerta del cuarto
con llave y me abalancé sobre los libros sin titubear. Indescifrable sorpresa. Tenía
libros con menos de la mitad de páginas en blanco, escritas a mano, algunas con
hojas ya muy viejas. Tenía razón sobre el hábito – me dije – mi viejo no lee,
escribe. Creo que desde ese día comencé a respetarlo. Como era de esperarse
cada que podía me escabullía al lado de la cama para leer sus historias, pienso
que si mi viejo hubiera tenido la constancia suficiente hubiera sido un gran
escritor, pero él nunca pudo terminar sus historias. Quizá el trabajo lo cansó,
quizá la vida le distrajo, que sé yo, de hecho nunca fue una persona muy
constante, era algo olvidadiza con la mayoría de cosas, tenía la tez de siempre
estar viendo algo con un semblante de tristeza y cuando le sorprendías ensaya o
hacía algo tonto para hacer parecer que estaba perdiendo el tiempo. Soñando
despierto le llaman.
Lo que nunca hizo mi padre fue llorar frente a nosotros aun
cuando mi madre falleció, después de eso todo nos estaba permitido. Las
primeras veces que yo, Katia y Almudena preguntábamos por ella no se rehusó a
contestar, cuando quisimos verla nos llevó al lugar donde estaba enterrada inclusive
nos mostraba fotos y grabaciones de ella. Cuando Katia cumplió 15 y Almudena
tenía 13 mi viejo les regalo unos dijes que usaba mama de cuando ella era joven
¿Cómo los consiguió? Probablemente ya tenía pensado dárselos desde que hace
mucho lo que me sorprendió fue el hecho de que los haya podido guardar hasta
ese momento con lo descuidado que era pero para esas cosas siempre fue un papa
genial, siempre tenía la habilidad de sorprendernos.
“Sabes hijo – una de nuestras últimas conversaciones – Un
hombre siempre debe proteger a los suyos y proteger lo que otras personas
valoran también…”. Que les digo, mi viejo a veces tenía la facilidad de sacarse
una líneas esas de película en pleno fraseo, sobre todo cuando las sentía. Los
meses que no pasan en vano me dan una buena oportunidad para reunirme con él y
mis hermanas. Todo irá por mi cuenta esta vez, pero esta bien, el dinero nunca
es importante en estos casos ¿Me pregunto que sería bueno para comer hoy? Quizá
después podamos ir al cine o sólo regresar y ver una película en casa.