AMAPOLA
Los días de secundaria transcurrieron sin mucha emoción, así
al acabar mi último año me percaté de que mi círculo social había cambiado. Con
el tiempo la gente popular me fue encontrando menos interesante y las personas
que antes ni siquiera había reparado en ver fueron a quienes más me iba acercando,
imagino que mi madurez en algunos temas me hizo menos divertido.
Ser un alumno de intercambio el último año debe ser algo muy
duro pero también debe llevar una razón muy importante. Su nombre era Alhelí,
era una chica de contextura delgada a veces
parecía ser algo enfermiza. Sus cabellos largos eran de un castaño muy clarizo y
al final de la frente a la derecha se podía notar una hebra de cabello lila que
muy seguido solía ocultar recogiendo su cabello tras su rostro.
“Alhelí tiene los ojos claros, marrones claros, casi cafés,
la verdad nunca he sido bueno para identificar ese tipo de cosas, solo te diré
que eran muy silenciosos, al igual que sus palabras y su forma de andar”.
Casi afueras de la ciudad había una casona que nunca había sido
habitada, por lo menos no hasta ese momento. La familia de Alhelí se instaló
los primeros meses allí, al parecer era de unos familiares lejanos. Al cabo de
unas semanas la casa fue recobrando poco a poco su color inclusive el pequeño
vivero en la parte de atrás fue reconstruido, se decía que era la misma Alhelí quien
empezó a cuidar las plantas y flores del lugar. Muchas veces al llegar pude percatarme
de rastros de maleza en su mochila, sin olvidar claro su inconfundible
fragancia a rosas.
Con los días la gente del pueblo comenzó a acudir a ella. La
noticia de que sus flores eran muy hermosas no era mentira y esto hacía que las
personas se acercaran a preguntar por ellas. Muy pronto el vivero en la casa
Macheri se volvió uno de los atractivos de la ciudad.
“La vida debería ser feliz y alegre… y llena de color… como
las flores ¿No lo crees así?”. Un día que por encargo de mi madre fui a pedir
unas flores Alhelí me contestó con esta pregunta. “Creo que si alguien puede
entenderlo quizá seas tú, mi padre solía decirme eso. Él era amante de estas
flores, por eso me nombró como una de ellas…”.
La chica de las flores como tan tiernamente se le comenzó a
llamar fue ganándose el cariño de todos en el salón y aunque siempre mantuvo su
andar tranquilo y prefería no ser el centro de atención a veces resultaba ser
inevitable. Ese año la escuela tuvo a la reina de primavera más linda de la que
yo pueda recordar. Al terminar ese día, cuando nuestras conversaciones y
visitas ya habían sido tantas como para estar un momento a solas nos dirigimos
al vivero para platicar entre fragancias y colores.
“Si te disgustaba, no debiste aceptar la invitación…” “No es
que me haya disgustado, es solo que no era necesario dedicarme tanto esfuerzo
además todos parecían tan encantados con la idea que no podía negarme” – Si las
razones pudieran hacer mella en esa cabeza suya hubiera continuado la idea,
pero Alhelí era una de esas personas que son capaces de sacrificarlo todo con
tal de ver feliz a los demás. Una analogía que para ese entonces ya había calado
en mí antes.
“¿Por qué cuidas tanto las flores?” “Porque eran los regalos favoritos de mi
padre, él solía decir que la vida se formaba por un puñado de emociones y de
buenos y malos momentos que al final siempre nos hacen sonreír. Para él las
flores eran la metáfora de todo aquello en lo que creía, cuando murió llevaba
un puñado de sus flores favoritas con él…” Me quede helado, en ese instante pensé
– No debí tocar ese tema – Pero ella notó mi desconsuelo.
“Descuida, tú me recuerdas a él… La noche en que se accidentó
iba en su auto afuera de la ciudad con un par de maletas en la cajuela
acompañado de una de las amigas de mi madre. Esa noche mi papa nos estaba
abandonando…” “…” “No lo tomes a mal él fue un gran padre y un buen esposo pero
cada que estaba con él podía verlo en sus ojos, lo mismo que veo en ti… una
profunda tristeza… la mirada al vacío, los ojos de atardecer. Mucho tiempo lo
odié, no entendía lo que pasó pero en aquellos días mi madre me confesó todo,
que esa amiga fue su primer amor y que en su ausencia ella se acercó a mi padre,
los tres eran amigos y aunque mi madre sabía que el aún pensaba en ella no pudo
evitar enamorarse ¿Es curioso cómo las personas se acostumbrar a cierto tipo de
emoción, no? Por muchos años mi padre creyó amarnos pero ella regresó y esos
ojos que por momentos se ausentaban comenzaron a explicar su nostalgia. Al
menos su último momento lo vivió con la persona que amaba… eso me reconforta un
poco”.
“Por eso aunque no haya sido mi culpa cuido de estas plantas
con la misma devoción con la que me hubiera gustado cuidarlo a él. Es lo que me
dejó… nuestros recuerdos felices están entre estas flores. Por eso te pareces a
él, porque en tus ojos puedo ver que tú buscas algo más allá de lo que puedes
ver, tienes esa tristeza en la mirada,
en tu andar. Douma, yo no sé lo que tu hayas perdido pero en verdad deseo que
lo encuentres, porque al igual que yo nadie estaría dispuesto a verter sus emociones
en un pozo de nostalgias…”
- Alhelí, aquella niña de piel clara y recatadas palabras estaba
en lo cierto, en todo este tiempo conociéndome advirtió mis lagunas, mis
momentos de silencio. Te notó a ti, entre las hojas… entre tanto aún sigues tu…
aún sigo protegiéndote… -
“Amapola… la flor que llevaba mi padre aquella noche eran
flores de amapola… ¿Sabes lo que significan…?”
“… La amapola es la flor de la individualidad, de aquellas
personas que son amantes de la vida, las personas que nos atraen y nos
apasionan y de los que hacen un mundo mejor pero que de ningún modo debemos atraer a
nuestro lado porque en su naturaleza se destruye o nos destruye. Es una flor
que seduce, pero que nos aleja…”
Desde cuando comenzaste a formar parte de mí, de mi manera
de ser. Mientras me alejaba del vivero sentía la cabeza estallar, había tanto de
esa noche que no estaba bien. Sus palabras, la historia de su padre, su manera
de ver la vida, de verme a mí. Sin siquiera saber si estaba del todo en lo correcto
llegue mi habitación con un sinsabor en
los labios. “A pesar que deje de nombrarte todavía siento por ti sin que me
pese…”. Alhelí y yo terminamos la secundaria
juntos, no hablamos mucho de aquella noche y aunque se volvió muy buena amiga
mía después de la graduación no la volví a ver y no la volvería a ver si no hasta
ahora, hace un par de días, siete años después. Cari ¿Será esto una buena
señal?
Nota a pie de página: Es hora de una nueva temporada...
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