domingo, 21 de agosto de 2011

Escritos de Ensoñación Nº 13: THE SOULS OF AN ILLUSIONIST (POST - 68)

PARTE FINAL (2 DE 2)


"Recuerda hijo mío, no hay nada que no puedas imaginar... no hay nada que te ponga límites y no hay nada que me impida quererte pero si en algún momento no te puedo ver... imagina mi rostro, mi voz, siente mis abrazos con los latidos del corazón... y duerme, duerme que es tarde y luego tu mamá se molesta conmigo por tenerte despierto escuchando otra vez las tontas historias de tu viejo... aunque siempre terminen por gustarle..."


Ya es muy noche en el teatro y en escena el telón se corre de lado a lado frente a nosotros descubriendo la figura de un tipo flaco de cabellos rizos y atuendo divertido, él nos observa y sonríe. Su sola sonrisa nos hace reír. Con las luces encendidas la música empieza a llenar de tambores los oídos. El ilusionista comienza la función, despliega su contoneo gigantesco y el público carcajea, su cuerpo realiza figuras que cautivan, no pareciera que los brazos y las piernas pudieran doblarse así. El público se emociona. Telares de colores descienden cuando el retumbar de los tambores cesa. Detrás de él aparecen maniquíes disfrazados de personas. “Su acto principal” se rumorea en las butacas, no obstante yo pienso que es solo uno de ellos. La nueva melodía que nos cala la atención es hermosa. El embeleso sublima su intención, inclusive yo que soy consciente de ello no puedo resistirme.


El ilusionista nos ha sumergido en su mundo estrellado, en su mundo enrarecido, en su cielo de estelas, sus campos de madera y sus personas de porcelana, materia inanimada que en sus manos cobra vida, gentes sin rostro que sonríen, figurillas sin alma que bailan, muñecos pintados de sentires que como nosotros se rinden y se maravillan ante él, ante sus sueños, su fantasía, la fantasía de una sola persona porque aunque no lo parezca allí arriba en la tarima frente a nosotros hay solo una sola persona cubierta de su mundo, cubierta de humo blanco, de brocados, de burbujas; magia en una sola persona que nos tiene a todos extasiados, alucinados en su imaginar, una utopía que por esos instantes fue nuestra. Lo maravilloso de un ilusionista es que en su ilusión todo se ve espectacular y la verdad cuando eres parte de esos ojos uno puede olvidar que nada de lo que ves existe, desafortunadamente eso es lo que más lastima. La sensación de irrealidad, lastima. La expectativa de lo real. Lastiman las sonrisas que nos damos cuando estamos solos imaginando recuerdos…


- “Sabes, el final de cada acto me lastima, porque me hace saber que lo que viví fue tan frágil que se pudo desvanecer con el simple sonido de los aplausos… y sin embargo su sonido me reanima tanto… tal vez es porque entiendo que lo cree fue algo hermoso… tal vez por eso continúo, porque me agrada sentir esa fascinación… no importa como termine… las ilusiones son fugaces e intensas eso lo sabemos todos, pero no por eso dejaran de ser atractivas… ¿no crees?”


Es curioso como el ilusionista no sabe fumar, pero cada vez al salir del teatro enciende un cigarrillo solo para verlo consumirse. Antes hubiera creído que mi amigo el ilusionista es una de esas personas extrañas de las que uno debe alejarse o evitar conocer, pero ahora me agradan y en realidad busco conocer más personas como el… he descubierto que sus vidas son metáforas de lo que nosotros no nos atrevemos a hacer o de lo que hacemos en exceso. Sus historias sin duda hacen que mi mundo sea mucho más interesante. Me pregunto si eso también será una ilusión… que bueno que el humo del cigarro nunca se decida a responderme… supongo que ya entiendo porque a mi amigo le encanta tanto su naturaleza oscilante...


Nota a pie de página: Continuará.... pero ya no en el blog.



jueves, 18 de agosto de 2011

Escritos de Ensoñación Nº 11: THE ILLUSIONIST (post - 67)

PRIMERA PARTE (1 DE 2)




“No debería hacerlo, lo sé, sé que me lastimaré al final, pero es tan agradable, tan agradable que no quiero resistirme… crees que un solo instante de felicidad pueda valer tanto sufrimiento…”



2 ó 3 cucharadas de azúcar al café en los ojos de un romántico podrían indicar que hay personas que les gusta tomar la vida más dulce de lo que en verdad es. 1 o inclusive 2 podrían hacer suponer que hay personas que les agrada igual cantidad de amargura que de placer y para otras personas… bueno para otras personas el café solo es café.



Yo tengo un amigo, un amigo ilusionista que es capaz de crear metáforas de cosas tan absurdas como estas, metáforas cursis, exageradas todo el tiempo, pero que al terminar resultan siendo muy divertidas. Si lo tratas por mucho tiempo es posible que le tomes cariño, en la mayoría de ocasiones, más a él que a sus frases.



En la cafetería a la vuelta de la esquina del teatro aquel por el que estas noches su público le espera el ilusionista y yo nos tomamos un café cada viernes una hora antes de la función. Últimamente, como pocas veces, le he vuelto a sorprender mirando detenidamente el humo que se escapa de la taza – “Mi amigo el ilusionista suele ser muy hablador” – le digo – “… salvo en ocasiones en que las palabras que debe decir no viven precisamente de la razón…”. Lo conozco bien, con tantos años de amistad no podría ser de otra manera, sus ojos raros, su contextura delgada, sus brazos flacos, cualquiera que lo viera diría que es solo un adolescente y a mi ver tendrían razón. El ha elegido vivir así.



“Lo volví a hacer… - contestó – cómo no podría si se siente tan bien… si es lo que siento más mío… me ilusioné… volví a ver luces dónde no las había, volví a crear edificios en arenas movedizas, creo amigo mío, que esto ya es parte de mi, si tratas de cambiar algo sin éxito ¿Deberías seguir intentándolo?… ¿y si es mi naturaleza? ¿mi forma de ser?… supongo que cuando pasas tanto tiempo en el aire el cuerpo se te adormece tan rápido que el suelo ya no duele tanto…”



“¿Será verdad?...”. La mayoría de veces, cuando nos vemos, el ilusionista me hace reír con sus tretas , sus muecas, sus trucos, sus líneas sin sentido; sin embargo debo reconocer que de cuando en cuando hace o dice algo que me deja sorprendido. El es un hombre de muchas contradicciones, uno de esos románticos entristecidos que reniega de las cosas mientras suspira por ellas. El ilusionista sufre del corazón, en sus días oscuros, como hoy, nunca sé si sufre por una mujer, por su realidad o por sus sueños… supongo que una ilusión es una ilusión sin importar de donde provenga, si no llegan a realizarse siempre nos lastiman. En estas noches frente al espejo antes de cada función él ilusionista se mira fijamente y trata de adivinar si el mismo no es un espejismo, si todos no somos más que un espejismo, si no somos una suerte de luces, telas y mascarillas que danzan y cantan en las manos de algo o alguien superior a nosotros. Alcanzado por sus eternas interrogantes nunca se si consigue hallar las respuestas solo sé que de alguna manera logra desdoblar la tristeza pintándose una sonrisa en el rostro.



Nota a pie de página 1: Creo que he creado una historia que me reta como escritor.



Nota a pie de página 2: La segunda parte la subiré el domingo.




viernes, 5 de agosto de 2011

Escritos de Viento Nº 15: TAXI DRIVER (post - 66)




“El frío de la noche parece calarme los dedos, los ojos y resecar mis labios… creo que, ya no debería salir tan tarde del trabajo…”


Es una helada noche de invierno en esta gran ciudad. Irremediablemente cada año lo es más, no son horas para que uno este deambulando por las aceras sin una taza de café caliente en las manos, pero vale, a veces el trabajo agobia. Aunque… admito que… tengo razones para no salir temprano.



No sé, pero hoy no tengo ánimos de dar ese largo paseo hasta la estación del tren que me llevara de regreso a mi apacible cama. Hace siete años, cuando lo hice por primera vez me pegunte cuando sería el día en que dejaría de viajar por tren de noche y bueno, por fin, me apetece que ese día sea hoy.



Cuando uno toma el tren la ciudad se ve interminable, sus casas, sus edificios todo parece alargado y apartado como la neblina en los viajes al interior, como un interminable carrete de película, en esos viajes me sentía como un hacendado contemplando sus vastas tierras. Sin embargo en esta pequeña caja en la que estoy todo se puede ver como en el lente de una lupa, puedo distinguir las puertas, las ventanas, alcanzo a esclarecer la mirada de las personas y yo, a diferencia de la imponencia del tren, parezco estar atrapado en el medio. Siento una novedad. Me agrada esa sencillez. Tal vez he descubierto un pequeño placer.



No soy muy sociable, sin embargo lo curioso es que a pesar de eso siempre, de alguna manera, me las arreglo para tener una conversación cordial con algún extraño. Mientras perdía la mirada en las hipnotizantes líneas blancas de la pista el hombre que iba manejando develó una voz grave y cansada con la que se dirigió a mi mirándome ligeramente por el retrovisor con unos ojos viejos – “¿Es ud. nuevo por aquí, amigo? Parece que le gusta la ciudad…” – Hacia mucho que no viajaba de esa forma y ya había olvidado que en algunas ocasiones el pago por la ruta venia acompañado por una conversación, en su mayoría de veces, amigable – “No, realmente no, pero sin duda el paisaje me parece algo distinto…” – “si, amigo…” – Ya había olvidado también la increíble capacidad que tiene un taxista para generar una conversación de la nada, es algo muy gracioso en verdad – “… yo llevo recorriendo estas calles por casi diez años y solo recién, hace ultimo han estrenado estas luces que se ven ahí en los postes, parecen especiales para la noche…esta todo muy bonito ¿no? Hace que el camino se vea diferente, como que más acogedor… - En efecto Juan Rivas llevaba taxeando casi ya diez años desde que lo despidieron de su antiguo trabajo en una empresa de calzado que ahora, curiosamente, se ha vuelto muy conocida. Sin embargo a pesar de ser despedido arbitrariamente no presento reclamo o queja alguna, simplemente le dijo a su familia que estaba bien que de todas formas ese trabajo nunca le gusto mucho y que si lo había tenido era para ayudar a la educación de sus dos hijos y cómo ellos ya eran mayores y profesionales en realidad no necesitaba más ese trabajo, mejor aún, les dijo que el despido llego a buena hora pues ya estaba tramando algún plan maquiavélico para burlarse de su jefe y originar así su despido con una de esas bromas que, según él, estaba seguro iban a recordar en la empresa por décadas.



A sus 55 años se podría decir que la vida de Juan Rivas era cómoda e inclusive placentera así que luego de tomarse unos merecidos meses de descanso decidió dedicarse al taxi pues como le dijo a su esposa siempre le había gustado viajar, pero como ya estaba viejo para esas cosas decidió que sería mejor hacer viajes cortos alrededor de la ciudad y conocerla por entero pues por su trabajo y sus obligaciones nunca tuvo la oportunidad de conocer todo Lima y siempre se bromeaba a si mismo diciendo que se había vuelto un turista en lima sin fecha limite de estadía.



Ahora a sus 64 años el taxista Juan Rivas se conoce todo Lima, en su frente luce unas canas plateadas que se escapan con descaro de su gorra negra, sus cejas también blancas enmarcan unos ojos claros y cansinos, las arrugas de su rostro hacen ver que sus gestos son mayormente alegres y su sonrisa bonachona combina perfectamente con un ceño que parece nunca haber sido fruncido. Su pequeño carrito amarillo he de decir fue uno de los más limpios que he visto, el aroma a lavanda que llenaba los asientos era casi tan impecable como su destreza para manejar un diminuto reproductor de DVD en el que escuchaba su música favorita la cual me hacia remontar a mi niñez. Luego de platicar amenamente el resto del camino me despedí de él cordialmente, mientras esbozaba una amable sonrisa, como se tiene que hacer con los extraños que haz de conocer solo una vez y que te dejan una grata sensación de amistad en la mirada.



Mientras sus luces traseras terminaban de doblar la calle no pude evitar pensar que tal vez hay personas que viven una vida plena y feliz sin necesidad de aspirar nada más allá que su propia rutina, tal vez la vida nos acostumbra tanto a nosotros mismos que se nos hace difícil cambiar y claro a veces estamos tan concentrados en obtener lo que nos proponemos tan deprisa que se nos pasa por alto la idea de la espera, el tenerlo todo, el conseguirlo todo nos abruma. Tal vez cuando los sueños son de verdad, cuando los sentires son reales las cosas como el tiempo ya dejan de importar, cuando hay algo más importante. Lo más claro que tengo es que durante y al final de la vida, lo tengo por seguro, siempre descubriremos aquello que nos apasione hacer, así como el momento justo para hacerlo y disfrutarlo… ¿La espera… podría ser una forma de felicidad?



Nota a pie de página: Storyteller?