viernes, 5 de agosto de 2011

Escritos de Viento Nº 15: TAXI DRIVER (post - 66)




“El frío de la noche parece calarme los dedos, los ojos y resecar mis labios… creo que, ya no debería salir tan tarde del trabajo…”


Es una helada noche de invierno en esta gran ciudad. Irremediablemente cada año lo es más, no son horas para que uno este deambulando por las aceras sin una taza de café caliente en las manos, pero vale, a veces el trabajo agobia. Aunque… admito que… tengo razones para no salir temprano.



No sé, pero hoy no tengo ánimos de dar ese largo paseo hasta la estación del tren que me llevara de regreso a mi apacible cama. Hace siete años, cuando lo hice por primera vez me pegunte cuando sería el día en que dejaría de viajar por tren de noche y bueno, por fin, me apetece que ese día sea hoy.



Cuando uno toma el tren la ciudad se ve interminable, sus casas, sus edificios todo parece alargado y apartado como la neblina en los viajes al interior, como un interminable carrete de película, en esos viajes me sentía como un hacendado contemplando sus vastas tierras. Sin embargo en esta pequeña caja en la que estoy todo se puede ver como en el lente de una lupa, puedo distinguir las puertas, las ventanas, alcanzo a esclarecer la mirada de las personas y yo, a diferencia de la imponencia del tren, parezco estar atrapado en el medio. Siento una novedad. Me agrada esa sencillez. Tal vez he descubierto un pequeño placer.



No soy muy sociable, sin embargo lo curioso es que a pesar de eso siempre, de alguna manera, me las arreglo para tener una conversación cordial con algún extraño. Mientras perdía la mirada en las hipnotizantes líneas blancas de la pista el hombre que iba manejando develó una voz grave y cansada con la que se dirigió a mi mirándome ligeramente por el retrovisor con unos ojos viejos – “¿Es ud. nuevo por aquí, amigo? Parece que le gusta la ciudad…” – Hacia mucho que no viajaba de esa forma y ya había olvidado que en algunas ocasiones el pago por la ruta venia acompañado por una conversación, en su mayoría de veces, amigable – “No, realmente no, pero sin duda el paisaje me parece algo distinto…” – “si, amigo…” – Ya había olvidado también la increíble capacidad que tiene un taxista para generar una conversación de la nada, es algo muy gracioso en verdad – “… yo llevo recorriendo estas calles por casi diez años y solo recién, hace ultimo han estrenado estas luces que se ven ahí en los postes, parecen especiales para la noche…esta todo muy bonito ¿no? Hace que el camino se vea diferente, como que más acogedor… - En efecto Juan Rivas llevaba taxeando casi ya diez años desde que lo despidieron de su antiguo trabajo en una empresa de calzado que ahora, curiosamente, se ha vuelto muy conocida. Sin embargo a pesar de ser despedido arbitrariamente no presento reclamo o queja alguna, simplemente le dijo a su familia que estaba bien que de todas formas ese trabajo nunca le gusto mucho y que si lo había tenido era para ayudar a la educación de sus dos hijos y cómo ellos ya eran mayores y profesionales en realidad no necesitaba más ese trabajo, mejor aún, les dijo que el despido llego a buena hora pues ya estaba tramando algún plan maquiavélico para burlarse de su jefe y originar así su despido con una de esas bromas que, según él, estaba seguro iban a recordar en la empresa por décadas.



A sus 55 años se podría decir que la vida de Juan Rivas era cómoda e inclusive placentera así que luego de tomarse unos merecidos meses de descanso decidió dedicarse al taxi pues como le dijo a su esposa siempre le había gustado viajar, pero como ya estaba viejo para esas cosas decidió que sería mejor hacer viajes cortos alrededor de la ciudad y conocerla por entero pues por su trabajo y sus obligaciones nunca tuvo la oportunidad de conocer todo Lima y siempre se bromeaba a si mismo diciendo que se había vuelto un turista en lima sin fecha limite de estadía.



Ahora a sus 64 años el taxista Juan Rivas se conoce todo Lima, en su frente luce unas canas plateadas que se escapan con descaro de su gorra negra, sus cejas también blancas enmarcan unos ojos claros y cansinos, las arrugas de su rostro hacen ver que sus gestos son mayormente alegres y su sonrisa bonachona combina perfectamente con un ceño que parece nunca haber sido fruncido. Su pequeño carrito amarillo he de decir fue uno de los más limpios que he visto, el aroma a lavanda que llenaba los asientos era casi tan impecable como su destreza para manejar un diminuto reproductor de DVD en el que escuchaba su música favorita la cual me hacia remontar a mi niñez. Luego de platicar amenamente el resto del camino me despedí de él cordialmente, mientras esbozaba una amable sonrisa, como se tiene que hacer con los extraños que haz de conocer solo una vez y que te dejan una grata sensación de amistad en la mirada.



Mientras sus luces traseras terminaban de doblar la calle no pude evitar pensar que tal vez hay personas que viven una vida plena y feliz sin necesidad de aspirar nada más allá que su propia rutina, tal vez la vida nos acostumbra tanto a nosotros mismos que se nos hace difícil cambiar y claro a veces estamos tan concentrados en obtener lo que nos proponemos tan deprisa que se nos pasa por alto la idea de la espera, el tenerlo todo, el conseguirlo todo nos abruma. Tal vez cuando los sueños son de verdad, cuando los sentires son reales las cosas como el tiempo ya dejan de importar, cuando hay algo más importante. Lo más claro que tengo es que durante y al final de la vida, lo tengo por seguro, siempre descubriremos aquello que nos apasione hacer, así como el momento justo para hacerlo y disfrutarlo… ¿La espera… podría ser una forma de felicidad?



Nota a pie de página: Storyteller?


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