sábado, 18 de septiembre de 2010

Escritos de Viento Nº 11: PARA SALIR CONTIGO (post - 50)


Jueves 16, once de la mañana. Hay un calor insoportable a donde quiera que vaya y ya que voy más de 10 minutos esperando a que llegues, salto la mirada de un lado a otro disfrazando apaciblemente mi intención de buscarte. Me he entretenido todo este tiempo en el paradero jugando a las miradas con una chica al final de la banca que no sabe disimular muy bien sus ojos, con algo de experiencia espero su siguiente golpazo discreto, el tinito bambolear de sus ojos regresa nuevamente hacia mí, le sonrió y ella voltea rápidamente algo avergonzada, tornándose roja quedamente. Con algo de alivio me levanto por fin. Camino en dirección hacia ella, noto su incomodidad, veo que es solo una niña, una niña jugando a ser mujer, sonrío a mis adentros y sigo de largo porque no es a ella a quien voy, sino a ti que llegabas por la misma dirección con el rostro algo apenado “Y deberías estarlo” pienso, ya me hubiera ido hace mucho si esa niña no te daba algo de tiempo. Quiero mostrarme enojado o serio para ti pero tu beso en mi mejilla me desarma por completo, hace que tu excusa me parezca razonable y tu mano tomando la mía termina por cambiarme el humor que trataba de inventar. Respiro para mis adentros y pienso “Debe ser tu encanto en mi…”.


Caminamos a ese lugar que tanto te gusta, donde podemos platicar tranquilamente y ver esos colores que tanto te hacen saltar, antes de seguir te entrego un pequeño dibujo que hice para ti, lo ves y casi lo rompes de la emoción yo antes de reaccionar por el abrazo tuyo reacciono ante el peligro que amenaza mi dibujo. El dibujar no es una de mis mayores destrezas pero me alegra que te haya gustado y que no se haya roto, me tomó toda una tarde hacerlo pero te dije que solo había sido una hora. Ya ves, te dije que no me gustaba regalar cosas comunes ni hacer cosas normales. Sentados en una banca, luego de corretear por todas las tiendas preguntando precios de muñecos que nunca iremos a comprar (a las que fuimos solo para que nos vieran juntos), hablamos de todo y nada como si apenas nos conociéramos (y es así), nada parece tan importante ni muy superficial cuando hablo contigo, tal vez el eco de tu voz me calma, tal vez aleje el raciocinio de mi, tal vez me quedo prendido de tus ojos. Lo único que sé en ese momento es que podría conversar contigo por horas. Te mueves lentamente hacia mí, para escucharme mejor y la correa de tu mochila se desbarata inclinando tus hombros, moviendo tu cabello. Reniegas. Pateas tu propia mochila (pero despacito) yo no puedo evitar el reírme. Me arrodillo, tomo la tira rota y le hago un nudo, tensándola, diciéndote “Sé que no se va arreglar así, pero por lo menos podrás llevarla sin que se suelte…” Tus ojos brillan inconfundiblemente, tintinean como cuando queremos dar un beso, te acercas a mí y cuando siento tu respiración en mi rostro doy la vuelta y digo cualquier tontería. Lo he hecho a propósito y te has dado cuenta. Eso te hace enojar, hace parecer que estas tratando de seducirme y eso te hace enfadar aún más y a mí me gusta hacerte enojar, me gusta ver cómo te muerdes los labios y te vas sin decirme nada. Maquinando como vengarte has enrojecido tus labios con un lápiz de carmín. Ahora soy yo quien quiere besarte y sé que no me lo vas a hacer nada fácil, pero caminas a mi lado (buscando incitarme) y yo al tuyo (buscando fastidiarte). No importa que odie levantarme en las mañanas, que me canse de esperar, que me pierda las clases, que me olvide de cocinar; si puedo estar contigo y hacerte renegar, no necesito nada más.


Para salir contigo cego mis tristezas, mi naturaleza solitaria me acompaña hasta el umbral de mi puerta quedándose en el dintel, tranquilo, fingiendo no esperarme, deambulando por los cuartos en mi ausencia, durmiendo en los cajones de mi cómoda, zonambuleando por los marcos de mis fotos, las que algún día quisiera reemplazar por las tuyas. Para salir contigo me gusta provocarte, para provocarte me gusta hacerte rabiar, me gusta avivar tus gestos, develar tus manías, tus pucheros, me gusta llevarte al límite, me gusta desnudarte, saber cómo eres realmente, aguantar tus pellizcos, tus rabietas, tus mordidas, para llegar a sonreir contigo quisiera emocionarte, enfurecerte, excitarte, apasionarte, hacerte sonreir.


Para salir contigo voy cazando mariposas, de esas que tanto te gustan, de las que sueles buscar cuando sales conmigo. Mariposas son tus gustos, tus caprichos, tus antojos y yo voy tratando de atraparlas una a una, tratando de hacer que se posen en mis hombros, como jugando quiero cautivarte, como jugando voy descifrándote, dibujándote, aprendiéndote y aunque pueda parecer que lo sabemos todo aún hay cosas que me tienes que decir, cosas que me gustaría escuchar de ti, pero como ya debes saber para salir contigo me gusta enamórate y para enamorarte a veces tengo que esperarte.


Nota a pie de página: Aún sigo algo distraido.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Escritos de Ensoñación Nº 8: LOS ABRAZOS DEL ALMA (post – 49)


Año 2006, cuatro años atrás, no creo que en un día como hoy, pero quizá sí en un mes parecido a este, donde el invierno no lo es tanto en las mañanas como lo es por las noches, donde las calles parecen vacías aunque estén llenas de gente y donde yo ya guardaba mis primeros escritos en retazos de papel que escondía en los bolsillos de mi pantalón, sin cruzárseme por la mente siquiera el compartirlos, el publicarlos o leerlos y menos a Aura, que en ese año y como ahora ya es costumbre aparecía de vez en cuando para hablarme, para caminar, para llenarme aún más los bolsillos, para mejorar mis historias.


Una de esas noches en las que yo bajaba del boulevard, abstraído y distraído, me detuve a conversar con un viejo amigo que aún tengo, sin nada en particular que decir, solo para platicar. Es curioso pero quizá en los inviernos el alma se duerme un poco por el frió que contienen los heleros, como si el hielo del mundo empozara nuestras almas. Lo cierto es que no la sentí llegar o acercarse, solo miré y ahí estaba ella, no recuerdo quien la acompañaba, no recuerdo cuanto tiempo tenía sin verla, solo tengo grabado en la memoria que la saludé y nos abrazamos automáticamente, como un reflejo, un abrazo que nos sumió en una noche diferente, un naufragio para dos, la fisonomía de un secreto… el abrazo de las almas.


Como confesar una emoción con los movimientos del cuerpo, transmitir un deseo, un anhelo de felicidad, de complemento. Mi primer impulso natural. Una sincronía de latidos que aún ahora me acompaña cada vez que me detengo. Pienso en ella, atisbos de lo que podría sentirse consumar un espejismo. La propia esencia abandonando la carne y los huesos huyendo por los poros de la piel como si el cuerpo entero suspirara. Paralizando el corazón, quemando la sangre en mi pecho, dejándome sin aire, cambiando mi centro, dejándome suspendido en un silencio abrasador, un cúmulo de emociones de tórridos momentos, respirando por inercia, oyendo por inercia, sin oxigeno, sin sonidos, con el halo entumecido, dudando; entrelazado en lo deslumbradoramente etéreo del tiempo. Sintiendo como una aura imperceptible nos envuelve alrededor, el resultado de su transpiración en la mía, la mezcla sordina del calor que se convierte en fragancia, el inútil abandono de un mundo que por un instante nos hacía feliz, la inopinada aproximación de lo que algunos llaman amor, intransigente capricho… un beso imaginario con los ángulos del cuerpo.


Mas a mitad de la noche me asaltaron la luna y sus estrellas, preguntando ¿La vas a dejar ir o ella te dejará ir? Ni lo uno ni lo otro, inexactos son mis recuerdos, creativos a veces, pero no temo decir que trastabillamos un par de gradas abajo y terminamos separados, ella con una sonrisa enrojecida y yo con una frase estúpida, parte de mi nerviosismo. Lentamente, a regañadientes, los cuerpos recobraban su espesura, su soledad, sus barreras. Hubiera querido susurrarle lo mucho que presentía que sería para mí, pero hay cosas que no es bueno decirlas aunque el corazón nos apueste su certeza, quizá en ese entonces compartimos una epifanía, quizá el recuerdo de un futuro nos incluyó en sus delirios, quizá después de todo si existen dos almas con la misma medida. Quizá, sin importar el invierno, hay meses donde los cuerpos pesan menos que el alma y caen como una caricia. No importa como, todos hemos tenido besos más íntimos que un abrazo; pero abrazos más íntimos que un beso, solo pueden ser los abrazos del alma, empatía que toma años en otros cuerpos conseguir y aunque ahora en estos años los días se pasen muy rápido es bueno poder recordar mis nostalgias, que formar parte de lo que soy porque me gusta ser quien soy y las personas que conozco y conoceré a causa de ello.


Nota a pie de página 1: Algo demorado lo sé. Hace mucho que no hablaba de Aura

domingo, 5 de septiembre de 2010

Escritos de Viento Nº 10: EL HEREDERO DEL VIENTO (post - 48)

“… Dicen que hay historias que cambian la vida de una persona, dicen que cuando una persona cambia su historia se convierte en leyenda. Hay algunas leyendas que viví alguna vez. Cuando era niño solía ser muy curioso, solía deambular por calles y edificios por correríos y suburbios, todo llamaba mi atención, pero nada llamó más mi atención como aquella casa sola, derruida, casi avejentada para mi disfrute personal. Fue una invitación provocadora para mí el verla, el escabullirme entre sus rejas y profanarla. El interior decorado con un tono medieval me traía recuerdos de aquellas historias que tanto me fascinaban, una casona de tres pisos completamente deshabitada era difícil de creer pero así era o al menos así lo parecía; a medida que iba subiendo unos pequeños quejidos empezaron a colarse en mis oídos. Intrigado, aunque no debí hacerlo, subí hasta el último piso solo para observar en la azotea un parapeto de madera que rodeaba todo el espacio, yo entre nervios y exaltado decidí buscar un recoveco por el cual espiar y satisfacer mis dudas. Me acerqué de puntillas a la cerca y pegue mi rostro contra la asperidad de la madera y vi la figura de un hombre algo viejo que acomodaba unas veletas en forma de gallo en cada esquina de la terraza. No hice ruido alguno pero el advirtió mi presencia de alguna manera y vociferó: “Eres un niño muy callado aprecio el gesto, pero si vas a estar aquí preferiría que me ayudaras, el momento empezará pronto…” Su voz era pausada, solemne, clara; yo pregunté: ¿Qué momento? Tajante, no obstante su respuesta fue sencilla, confusa y enternecida: “El viento de final de los días ha llegado… ahora lo sabrás.”


De pronto el viento tan apacible que nos envolvía se torno agresivo de las cuatro puntos cardinales el viento se formó en cruz y llenó por completo la azotea arrojándome hacia un entramado de aserrín que convenientemente estaba protegido por unos cojines que amortiguaron el golpazo de mi caída como si esto ya hubiera pasado antes. El hombre al otro lado de la cerca se mantenía en pie con una tenacidad prodigiosa, casi sobrehumana; de la nada ante mi total asombro el viento que danzaba amenazante por el lugar destruyéndolo todo se concentro solo en él, dibujando un gesto de dolor en su curtido rostro y mientras yo creí escuchar sus dientes rechinar la soma del viento empezó a levantar su cuerpo sobre el suelo, sus ropas hechas de harapos se estiraban al máximo dejando al descubierto sus enflaquecidos tobillos, el viento embravecía con fiereza aplastándome contra la cerca como uno de esos insectos que uno pisa sin darse cuenta, pero él… él se alzaba por sobre mis ojos, se elevaba con el aire mientras yo contemplaba admirado y asustado tal milagro, tal quimera, tal destino, como el mío que un instante apareció.


En un segundo uno de los hilos que enlazaba las veletas se rompió, uno de los gallos se inclinó y el hombre al otro lado de la cerca tambaleó dando un grito ahogado, en un segundo una ráfaga de viento me liberó de la cerca y el hombre que ahí flotaba me miró con una línea de sangre surcando su barbilla. Era cosa del destino, era cosa de leyenda, de mito; era mi motivo en el ritual, una extraña ceremonia que ahora dependía de mí, sin embargo yo no podía moverme. Tenía miedo.


El hombre al otro lado de la cerca me miró con los ojos entristecidos y yo entendí, entendí que no era el primero en mi situación y que no era el primero en fallar. Es increíble como desde niño era tan orgulloso, en ese momento me arrojé en dos saltos contra los hilos, una ráfaga perdida me ayudó a llegar, de un tirón destrocé las amarras dejando girar todos los gallos que volvieron a ordenarse en simetría y con la suerte del héroe el equilibro de los vientos regresó, de un soplido volví a estamparme contra la madera y una montaña de fierros apilada en un rincón se desbarató en un relámpago golpeándome el cuerpo y desgarrando uno de mis brazos, la sangre que salía a borbotones fue llevada por un torbellino hacia el hombre que ahí volaba, con un increíble dolor recorriéndome todo el cuerpo me arriesgué a levantar la mirada solo para contemplar atónito su cuerpo suspendido en los aires mirándome con una nostálgica sonrisa, su cuerpo se tensó y por un momento pude distinguir los rezagos de otra persona, de otro tiempo, una historia de vida diferente a la que mis ojos me contaban, una vida ennegrecida por una espesa barba y unas viejas ropas, una vida que rebasando ese disfraz añejado por los años sonreía para mi, descubriéndose agradecía mi valor, mi curiosidad, mi decisión.


Sus ojos se cerraron lentamente, un aire de sosiego albergó la terraza como si el mundo respirara para nosotros, su suave candor parecía cuidar nuestras heridas y con la ligereza de un suspiro lo vi levitar, ascender y desaparecer entre las nubes grises del ocaso. Al partir una brisa redentora poco a poco fue aplacando la vehemente ferocidad del viento hasta que yo completamente abatido me dormí al lado de un lago de sangre con las veletas de gallo apuntando a mi rostro…”


El sol terminaba de acostarse por los claros del oeste cuando en sus últimos rayos la silueta de un niño recostado sobre una cerca de madera comenzaba a moverse, uno de sus brazos enrojecido latía dócilmente y mirando al cielo se incorporó, recogiendo del suelo una pequeña hebilla color oro en forma de blasón con las iniciales HV en el centro de su escudo se dispuso a dar los primeros pasos de la noche mientras guardaba el emblema en su bolsillo derecho y dando una última mirada a la terraza se alejó pensando en cómo explicarle a su madre aquella cortada en su brazo, como algún día podría conseguir cuatro veletas de gallo y un par de cuerdas muy resistentes y cómo y dónde podría aprender todo lo que debería saber acerca del viento de final de los días y de las historias de leyenda, entre ellas la del heredero del viento.


Nota a pie de página: Es un post algo extenso, pero creo que vale la pena.