
“… Dicen que hay historias que cambian la vida de una persona, dicen que cuando una persona cambia su historia se convierte en leyenda. Hay algunas leyendas que viví alguna vez. Cuando era niño solía ser muy curioso, solía deambular por calles y edificios por correríos y suburbios, todo llamaba mi atención, pero nada llamó más mi atención como aquella casa sola, derruida, casi avejentada para mi disfrute personal. Fue una invitación provocadora para mí el verla, el escabullirme entre sus rejas y profanarla. El interior decorado con un tono medieval me traía recuerdos de aquellas historias que tanto me fascinaban, una casona de tres pisos completamente deshabitada era difícil de creer pero así era o al menos así lo parecía; a medida que iba subiendo unos pequeños quejidos empezaron a colarse en mis oídos. Intrigado, aunque no debí hacerlo, subí hasta el último piso solo para observar en la azotea un parapeto de madera que rodeaba todo el espacio, yo entre nervios y exaltado decidí buscar un recoveco por el cual espiar y satisfacer mis dudas. Me acerqué de puntillas a la cerca y pegue mi rostro contra la asperidad de la madera y vi la figura de un hombre algo viejo que acomodaba unas veletas en forma de gallo en cada esquina de la terraza. No hice ruido alguno pero el advirtió mi presencia de alguna manera y vociferó: “Eres un niño muy callado aprecio el gesto, pero si vas a estar aquí preferiría que me ayudaras, el momento empezará pronto…” Su voz era pausada, solemne, clara; yo pregunté: ¿Qué momento? Tajante, no obstante su respuesta fue sencilla, confusa y enternecida: “El viento de final de los días ha llegado… ahora lo sabrás.”
De pronto el viento tan apacible que nos envolvía se torno agresivo de las cuatro puntos cardinales el viento se formó en cruz y llenó por completo la azotea arrojándome hacia un entramado de aserrín que convenientemente estaba protegido por unos cojines que amortiguaron el golpazo de mi caída como si esto ya hubiera pasado antes. El hombre al otro lado de la cerca se mantenía en pie con una tenacidad prodigiosa, casi sobrehumana; de la nada ante mi total asombro el viento que danzaba amenazante por el lugar destruyéndolo todo se concentro solo en él, dibujando un gesto de dolor en su curtido rostro y mientras yo creí escuchar sus dientes rechinar la soma del viento empezó a levantar su cuerpo sobre el suelo, sus ropas hechas de harapos se estiraban al máximo dejando al descubierto sus enflaquecidos tobillos, el viento embravecía con fiereza aplastándome contra la cerca como uno de esos insectos que uno pisa sin darse cuenta, pero él… él se alzaba por sobre mis ojos, se elevaba con el aire mientras yo contemplaba admirado y asustado tal milagro, tal quimera, tal destino, como el mío que un instante apareció.
En un segundo uno de los hilos que enlazaba las veletas se rompió, uno de los gallos se inclinó y el hombre al otro lado de la cerca tambaleó dando un grito ahogado, en un segundo una ráfaga de viento me liberó de la cerca y el hombre que ahí flotaba me miró con una línea de sangre surcando su barbilla. Era cosa del destino, era cosa de leyenda, de mito; era mi motivo en el ritual, una extraña ceremonia que ahora dependía de mí, sin embargo yo no podía moverme. Tenía miedo.
El hombre al otro lado de la cerca me miró con los ojos entristecidos y yo entendí, entendí que no era el primero en mi situación y que no era el primero en fallar. Es increíble como desde niño era tan orgulloso, en ese momento me arrojé en dos saltos contra los hilos, una ráfaga perdida me ayudó a llegar, de un tirón destrocé las amarras dejando girar todos los gallos que volvieron a ordenarse en simetría y con la suerte del héroe el equilibro de los vientos regresó, de un soplido volví a estamparme contra la madera y una montaña de fierros apilada en un rincón se desbarató en un relámpago golpeándome el cuerpo y desgarrando uno de mis brazos, la sangre que salía a borbotones fue llevada por un torbellino hacia el hombre que ahí volaba, con un increíble dolor recorriéndome todo el cuerpo me arriesgué a levantar la mirada solo para contemplar atónito su cuerpo suspendido en los aires mirándome con una nostálgica sonrisa, su cuerpo se tensó y por un momento pude distinguir los rezagos de otra persona, de otro tiempo, una historia de vida diferente a la que mis ojos me contaban, una vida ennegrecida por una espesa barba y unas viejas ropas, una vida que rebasando ese disfraz añejado por los años sonreía para mi, descubriéndose agradecía mi valor, mi curiosidad, mi decisión.
Sus ojos se cerraron lentamente, un aire de sosiego albergó la terraza como si el mundo respirara para nosotros, su suave candor parecía cuidar nuestras heridas y con la ligereza de un suspiro lo vi levitar, ascender y desaparecer entre las nubes grises del ocaso. Al partir una brisa redentora poco a poco fue aplacando la vehemente ferocidad del viento hasta que yo completamente abatido me dormí al lado de un lago de sangre con las veletas de gallo apuntando a mi rostro…”
El sol terminaba de acostarse por los claros del oeste cuando en sus últimos rayos la silueta de un niño recostado sobre una cerca de madera comenzaba a moverse, uno de sus brazos enrojecido latía dócilmente y mirando al cielo se incorporó, recogiendo del suelo una pequeña hebilla color oro en forma de blasón con las iniciales HV en el centro de su escudo se dispuso a dar los primeros pasos de la noche mientras guardaba el emblema en su bolsillo derecho y dando una última mirada a la terraza se alejó pensando en cómo explicarle a su madre aquella cortada en su brazo, como algún día podría conseguir cuatro veletas de gallo y un par de cuerdas muy resistentes y cómo y dónde podría aprender todo lo que debería saber acerca del viento de final de los días y de las historias de leyenda, entre ellas la del heredero del viento.
Nota a pie de página: Es un post algo extenso, pero creo que vale la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario