Luego de varios años, cada lunes como a las seis te vuelvo a ver.
Luego de todos mis trabajos, de tus clases en la
universidad, de tus mil peros (mi lucha eterna), de mi inconvencional
melancolía y nuestro poco tiempo. Luego de tanto tenemos una tarde libre en
común. Quien diría que esta vida que nos debía tanto ahora nos vuelve a unir.
Hay cosas que han cambiado. Tengo un trabajo más rentable,
puedo pagar un taxi de la oficina a tu casa si me apetece, aunque igual trato
de salir temprano y tomar el tren. Te siento más madura, ya no te preocupa que
nos veamos por temor a lo que pueda sentir por ti y aunque ahora lo haga o no
por fin podemos creer cuando te decía que una relación así podía funcionar. El
descaro nos cae bien. Tú oculta pasión por lo que escribo y mi amor platónico por
ti no tendrían por qué arruinar nuestra amistad.
La avenida del café y las copas se ha convertido con los
años en el punto de encuentro de artistas y bohemios que pretenden más de lo
que en verdad son y aunque solo algunos de verdad merezcan el título el
ambiente que ellos han formado con sus afanes ha envuelto las noches tan
humildes como esta con un cálido manto de inspiración, algo que nos resulta
íntimamente atrayente. Cualquier lugar aquí puede ser nuestro refugio. Es imposible
no sentirnos tan bien cuando tu aún muy en el fondo sueñas con ser esa gran
pintora que viaja por el mundo y yo sigo debatiéndome entre ser un escritor errante
o un cantante célebre.
Mientras hablamos de trabajo y de estudios nos miramos con
una pequeña luz azul en los ojos preguntándonos si podremos tirar todo algún
día y dedicarnos de por vida a lo que sentimos y aunque lo planeamos todavía
nos falta la entereza para poder hacerlo o tal vez solo unos tragos de más.
Cada tarde al comenzar la semana me reencuentro con una
vieja amiga que nunca lo fue tanto, de la que alguna vez me enamore sin saber
cómo. Todos los lunes (o al menos esa es la idea) nos reunimos para planear
como escaparnos de la vida que llevamos. Rodeados de bocetos de las personas
que queremos ser la admiro porque ella es la mejor chica que conozco sin
conocer. La más igual a mí, la que juega a dejar a su enamorado si yo dejo a la
mía y aunque haya días en los que me parezca un sano intercambio sé que ninguno
de los dos lo hará. Estamos atrapados en una gran comodidad. Una sensación de
felicidad. Ella madura muy lejos de mí y yo me vuelvo viejo lejos de ella. Ella
ya no tiene en el alma esa tierna inocencia con la que vino a mí la primera vez
y yo de seguro ya no guardo rastro de esa luz que logro ilusionarla aquel día.
Pero ahora nos vemos, con la mitad de nuestras vidas ya resueltas
nuestras frases de cordialidad se pierden entre ideas delirantes de rebelión, rebelión
a la vida, al pasado, a esos malditos días que no quieren ir atrás. Lo que nos
queda entonces es jugar entre supuestos. Una probabilista consolación de
saber que en alguna vida paralela estaríamos los dos partiendo al mundo en un
crucero por los mares del océano atlántico y sus purpurinas aguas de las que
tanto te han hablado.
Los sueños que tuvimos cuando jóvenes quizá nunca fueron lo
suficientemente fuertes como para dejarlos salir. Quizá la felicidad real sea
mejor que la de ensueño, quizá nos vemos cada vez con esa pregunta en los
labios esperando que el otro la responda pero nos quedamos callados. Tomándonos
el último trago nos retiramos del lugar esperando volver la semana siguiente.
Cada lunes como a las seis la vida nos brinda la última
oportunidad para tomar nuestra elección y cada lunes al parecer
PARTE 2
PARTE 2
Nota a pie de página: Perdonen pero me siento incompleto para terminar esta historia. El parpadeo contante
del cursor en el documento se ha metido en mi cabeza, como el único final que
puedo darle por ahora.
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