jueves, 13 de mayo de 2010

Escritos de Viento N° 9: COCINA LIGERA (post – 37)

Lo bueno de vivir solo para mi, sería ciertamente la libertad y la ligereza con la que puedo tomar el tiempo en mis cosas y la espontaneidad que a veces suscita tanta soltura. Como hace unos cuantos días por ejemplo, yo llegaba muy cansado de la universidad y de un viaje que gracias al trafico duró más de lo que habitualmente toma, subí a pasos de gigante al dpa y al entrar encontré todo “artísticamente” desordenado (tal y como lo había dejado) mas a pesar de mi acuartelado recelo hacia el orden vi en ese momento ante la soledad del cuarto una oportunidad perfecta para reencontrar con ese chiquillo animoso y danzarín que a veces se apodera de mi cuando me siento en confianza y decidí entonces renovar aquel ambiente caótico y desesperado y volverlo digno de aprecio y capaz incluso de pasar la inspección más rigurosa de la madre más hipocondríaca y quisquillosa.


Con un vistazo rápido por el lugar supe que tomaría un buen tiempo y mejor aún al acercarme a mi viejo repostero advertí en él los elementos necesarios para una comida rápida pero sustanciosa así que al final de mi breve pesquisa ya tenía en mente mis objetivos principales: Limpiar y cocinar. Limpiaría todo el dpa y cocinaría una cena vengativa y de revancha pues tenía un paquete de fideos a los que una vez años atrás intente darles forma de fetuccini no pudiendo hacer más que una “vergüenza a lo pasta” y una sopa de fideos que realmente fueron intragables y los cuales digerí sumido resignadamente en la más profunda de las soberbias (o dignidad) e ideaciones suicidas. Pero vale, ahora ya más entradito en las hazañas culinarias y estando yo en la comodidad de mi cuarto sentí el inusitado valor que siente uno cuando juega de local montándome así con una actitud ganadora frente el fantasma de unos fideos mal hechos que no dejaban de mostrarme los dientes.


Olla lista. Yo, armado con un casero y delgado polo manga cero y mis acostumbrados boxer’s para escaparme de esas indeseables manchas de grasa en el pantalón que ya me han ocurrido antes suplo mi carencia de un mandil de cocina (el cual no me pondría aunque tuviera) y con sartén y un plato al lado para la suplencia, saco confiado a los fideos del empaque sin percatarme que rompí la bolsa más de lo que debía por lo que cayeron de él unos cuantos fideos que no pararon de maldecirme hasta que se partieron en el suelo. Cogí un puñado de los sanos y las primeras dudas vinieron a mi ¿Los fideos se lavan o se echan así? ¿Se echa sal? Carajo no lo sabía. Decidí hacer lo más obvio “Bueno estos los lavo y estos no y aquí un poco de sal…” Luego de sortear groseramente este impase y de partir los fideos en la olla noté que estas tiras de trigo pegadas y empozadas en el agua no se parecían mucho a las que yo veía en los comerciales así que les iba dando su movidita de vez en cuando mientras seguía con la limpieza de mi pequeña sala. Después, aquellos flacos me parecieron muy solitarios por lo que agregue un puñado más (el cual lave por cierto) removiendo una última vez. Muy mareados ya los tenía cuando empecé a contemplar con cierta codicia todos aquellos frasquitos que guardo para emergencias culinarias como esta, almacenados allí tenia sillao, vinagre, palillo, tuco, orégano, pimienta y demás aderezos que me parecieron fascinantes. Extasiado me dije: “Bueno uno puede experimentar” así que le metí de todo un poco (menos sillao, pues me parece que el negro no es un buen color para fideos, aunque claro quizá este siendo racista) me parecía que mi pasta ya iba tomando forma permitiéndome dejarlos reposar mientras afinaba el barrido de mi habitación y cambiaba las canciones de mi lista hacia unas un poco más pegajosas y alegres pues la cocina es uno de los pocos artes (sino el único) que requiere de la alegría para su creación y en su espontaneidad, además, esperaba encontrar una que otra armonía capaz de soportar mis cadenciosas (y tal vez criminales) invenciones dancísticas.


Pasado un tiempo trenzo unos cuantos fideos y apunta de mordisquitos concluyo que ya están listos. Ahora pico unos cuantos tomates y los arrojo con un poco de cebolla y ajos a la sartén hasta hacerlos salsa. Terminado ya mi aderezo completo el plato con el lomito de atún, abro la lata con la pericia y la destreza de aquel que come de enlatados la mayor parte de los días y en un afán ahorrativo vierto el contenido en la sartén y luego de que el atún cae por bloques enmarino mi caballa con los restos de la salsa y mucho limón, en seguida, al momento justo, vuelco el preparado en mis blancos, perfumados y curvados flacos y en un par de chocolateadas veo como mi mixtura toma su punto perfecto. Esta listo. He tenido éxito. He triunfado. Me he vengado. Sonrió, sonrió con la expresión de aquellos que no están acostumbrados a perder y que viven para tener este tipo de sonrisas, victorioso me acerco a las ventanas empañadas del cuarto y reparo en la bruma un mundo entre nieblas de orégano, limón y tomate. Yo espero, yo espero a que el hambre llegue para darme un festín con mi libertad, mi tiempo y mis fideos.

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