martes, 9 de noviembre de 2010

Escritos de viento Nº 13: AVENTURAS HOGAREÑAS (post – 54)


Hoy es uno de aquellos días en los que el dpa parece un pelotón de fusilamiento y vivir solo no parece tampoco la mejor idea. Hoy la floja primavera despierta con las sabanas pegadas a la cama y no se le ocurre mejor manera de empezar la mañana que darle de empujones al sol que a tumbos y a regañadientes avienta, encabronado, rayos de luz y calor que perforan con maldad al cúmulo de nubes presumidas que habían estado invadiendo los cielos estos días. Fusilazos de calor que hacen guardar los abrigos, que vuelven a los niños más inquietos y que hacen salir de sus guaridas a la comparsa de heladeros que poco a poco, y empujando sus carritos, comienzan a apoderarse de las calles de Lima “La calurosa”. Por mi parte, aquellos balazos de luz atraviesan mis nada corpulentas cortinas azules abordando mi cama como pequeños piratas luminosos que en cuestión de minutos calientan mi frazada de tal manera que me es imposible dormir a gusto. Algo malhumorado, doy un par de vueltas para alejar esa sensación de calor de mi cama, serpenteo largo rato entre los pliegues de mis sabanas para recobrar algo de frescura pero mi intento es (lastimosamente) inútil. Malgeniado ya, voy siento como si un millón de hormiguitas bucaneras comenzaran a recorrerme todo el cuerpo. Luego de imaginarme a mi mismo (con algo de ironía) en un traje de Gulliver termino por levantarme. No antes, claro, de lanzar una pataleta y soltar unas cuantas maldiciones.


Al mediodía no quedan muchas ganas de hacer un desayuno. Espero mejor a cocinar un buen almuerzo. Teniendo eso en mente, después de buscar un par de medias y desenredarme un poco el cabello me acerco al repostero a por un par de frutas que puedan engañar a mi estomago un par de horas hasta que termine de acomodar (por lo menos un poco), lavar (por lo menos algo) y cocinar (lo que haya que cocinar). Como dije antes; luego de ver el desorden de los cuartos, la sarta de platos sucios apiñados en el lavabo y las pequeñas cosas que faltaban por comprar; pienso que en momentos como este vivir solo no parece la mejor idea.

Yo creo que tiene que ver más con una sensación de comodidad que con un espíritu exhibicionista, pero cada vez que me enfrento a este tipo de cosas me gusta hacerlo algo “ligero” de ropa. Así que dejando mi polo blanco para dormir a un lado (colgado en la silla) paso a terminar mi “ritual” previo de limpieza doméstica alistando un poco de música para darle algo de cadencia y ritmo a mis aventuras hogareñas.


Acomodar el dpa mayormente significa guardar todas las ropas que tengo regadas por ahí, digamos que siento el dpa tan mío que se me suelen deslizar un par de prendas alrededor que parecen afianzar y remarcar mi basto territorio. Mientras las llevo de nuevo a mi cómoda no puedo evitar pensar que un artista siempre es algo desordenado, aunque al final acabo por reírme de mi propio cinismo. Es una excusa graciosa y muy poco creíble en verdad. Luego de tener el dpa un poco más apreciable a la vista me dispongo, algo resignado, a lavar y restregar el montón de platos y ollas que hay en la cocina. A mitad de la pericia un chorro de agua salta y me cae en el pecho haciéndome pegar un brinco tan rápido que me hace pensar por un momento si tengo reflejos felinos aunque lo más probable es que solo tenga su recelo por el agua helada. No obstante luego de ese sorpresivo caño de agua fría encuentro su rencor muy comprensible.


Finalmente, más de una hora después, empiezo a cocinar. Habiendo pasado ya por tales empresas no me quedan muchas ganas de darme otro gran trajín, así que pienso en cocinar algo sencillo. Un estofado o un pequeño guiso estarían bien. Con el arroz ya hirviendo me tomo un tiempo para descansar y elegir cual de los dos cocinar, en ese momento, una de mis canciones favoritas hace su aparición en mi reproducción aleatoria haciéndome coger la guitarra ensalzándome por unos minutos con el estribillo. Al culminar otra de mis canciones favoritas me conmina a continuar haciendo la segunda voz y a mover armoniosamente mi desaceitada cadera. Ya estaba por entrar en la relajación total si no fuera por un disimulado humo blanco y un tibio pero profundo olor a cigarro que comenzaba a propagarse en el cuarto. En un instante mi olvidadiza cabeza hace memoria figurando en mi mente la imagen de una olla negra y mi boca cambia la voz de mando de carreras de un encuadrado “¡En sus marcas, listos, ya!” por un sonoro “Mierda, se me quema el arroz…” Y en efecto, al llegar a la cocina una de las hornillas parece estar alimentando la rabia de un volcán que amenazaba con estampar en las paredes la más funesta erupción de arroz negro que jamás haya visto. En menos de dos pasos, con una velocidad verdaderamente sobrehumana cojo de las asas al volcán y le lleno la boca de pura agua antes de que estalle o de que siquiera me queme las manos. (Una vez más pienso si tengo reflejos felinos o si tan solo me dará alzehimer de viejo)


Despotricado ya como me encontraba, algo salado o sin mucha suerte este día quizá opto mejor por una preparación algo más amistosa, me sugiero a mi mismo la compañía de unos fideos que tiene una elaboración mucho más amable y sobretodo menos riesgosa. A punto de estar al dente pincho unos cuantos flacos para saber que tan bien van. Descuidado asomo los chorreantes fideos a mi boca sin percatarme que una traviesa gota bailaba por allí no ocurriéndosele mejor diablura que caerme en la punta de la lengua encrespándome el rostro, haciéndome vociferar unas blasfemias muy poco entendibles debido al brusco entumecimiento de mi lengua que no me permitía conjugar palabras como era debido. Teniendo el torso impregnado de un sabor a pasta y la lengua algo resentida me quedo pensando, mientras mastico con cuidado, en si de verdad tuve mala suerte o si solo hice esas cosas a propósito porque las creía divertidas. A veces es muy difícil buscar cosas de las que reírse, a veces es muy difícil hacer reír a alguien triste. Siempre es difícil convencerse a uno mismo de reír. Yo creo que siempre es lo mejor que uno puede hacer, aunque al principio cueste hacerlo.


Nota a pie de página: ¿Alguien sabe como lavar una olla completamente quemada?


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