Hay una parte de mí que no deberías ver. Hay un pedazo de mí
que exagera lo que soy, solo para sentirme más seguro.
Hay una parte de mí que se aleja, que desdeña todo lo que he
conseguido y quisiera vivir solo, sin mundo, sin personas, sin pies. Hay un
momento de mí que te puede lastimar.
Hay unas ganas dentro de mí que no distinguen sentimientos,
que pretenden y no esperan, que nunca quieren perder. Una suma de mí que se
enterca y no acepta, que no sabe crecer… Hay una parte de mí que nos rechaza.
Me vence por ratos una manera de ser que busca presionarte,
que le da sentido a las cosas que haces por sentir, que te dice por qué las haces aunque no estés lista para saberlo
ni yo tenga derecho a decírtelo.
Me ufano de una sabiduría primeriza, de una mirada singular y
para nada atractiva. Como si fuera el mejor olvido que soy un mal tipo por no
extrañar a nadie, por romperte el corazón. Me vence por ratos esta soledad: “Como
no hay nadie más, más vale que empiece a quererme”.
Tengo una enfermedad que no me deja comer, que no me deja
apreciar lo nuevo de la vida, que me priva de sentir sorpresa, me anestesia de
emociones voluntarias, previendo todo lo que me va a pasar anticipa mi vida
dejándome sin ilusión.
Una enfermedad que ingresa con dolor en el pecho, un agujero
en el estómago que perfora el corazón. Es un mal congénito en mi mente, es una
aflicción compulsiva en mis manos, crónica, irreversible, terminal. Como una
bomba de tiempo atada a la columna vertebral.
Una parte de mi es todo lo malo que llevo, el peso de mis
hombros donde nace todo lo bueno que me dicen tener. Entonces ¿Qué hacer?
Hay una parte de mí que alguien más debería entender, que yo
ya estoy muy comprometido.
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